En 1999, J.K. Rowling escribió la tercera
parte de su mundo mágico. Hasta entonces, el más largo de la serie, aunque no
por mucho tiempo. En el invierno de 2002, el libro llegó a mis manos, tras
haber leído sus dos predecesores.
La historia inicia con la revelación:
Sirius Black, un terrible asesino, aliado del salinista innombrable ha escapado
de Azkaban. Por otra parte, tras una confrontación con sus tíos, Harry Potter
ha escapado y vuelto al mundo mágico de la forma más descabellada posible: a
bordo de un autobús invisible. Con esos datos, la trama inicia con el tercer
curso de Potter en Hogwarts y las extrañas medidas de seguridad que se han
impuesto al castillo. Los guardias de Azkaban, unas criaturas denominadas
“Dementores” aguardan las entradas del colegio y crean un efecto nocivo en el
protagonista más que en cualquier otro personaje de la historia. La
explicación: el fantasma del pasado de Potter, por su encuentro temprano con
Voldemort en el asesinato de sus padres ocurrido doce años antes, hace a Harry
un sujeto hipersensible a los dementores.
Con la ayuda de un nuevo personaje, el
profesor Lupin, Harry aprende a controlar a los dementores, pero al tiempo
descubre un terrible secreto: Sirius Black vendió a Lily y James Potter (sus
padres) a Voldemort, dado que era su amigo y guardián secreto del lugar donde
habitaban, revelando así su paradero para que Lord Voldemort les diera caza;
incluso, Black es de hecho, el padrino de Harry Potter.
Tras un par de fallidos intentos de Black
de entrar al castillo de Hogwarts, la rata de Ron Weasley desaparece
misteriosamente, y un buen día, esta aparece, aunque en el acto, un perro negro
ataca al propietario de la rata y lo arrastra a un lugar secreto. Una vez allí,
los protagonistas se darán cuenta que el perro no es perro (es Sirius Black) y
la rata no es rata (es un tal Peter Pettigrew, quien se creía muerto desde hace
doce años, asesinado por Black) También se descubre que fue Peter quien vendió
a los padres de Harry a Voldemort, dado que en el último momento él era el
guardián secreto.
Con esa información, Harry se decide a
entregar a Pettigrew a los dementores, pero justo en medio del viaje, el
profesor Lupin (quien reveló varios de los secretos descritos en el párrafo
precedente) se desvela a sí mismo como hombre lobo y da la casualidad (uy, qué
casualidad) que es luna llena, y se transforma; por lo que Pettigrew logra
escapar. Los dementores atrapan a Black, pero antes de que le extraigan el alma
como castigo final, Harry, con ayuda de un viaje en el tiempo con su amiga
Hermione (no es tan interesante como suena, aquí no había un DeLorean volador,
sino un artefacto denominado giratiempo), logra liberar a Black y éste consigue
escapar.
La trama termina así, nuevamente con un
“todos felices y contentos”, pero por tercera vez la fórmula del Sherlock
Holmes mágico funcionó. Rowling entregó una historia llena de intriga, en la
que las páginas pasan volando, por la avidez que se infunde en el lector de
continuar hasta el final, con la característica narrativa de Rowling, entrega
una obra (un poco) más madura que sus predecesoras y que (para variar un poco)
no contempla el regreso de Voldemort en un futuro cercano, cambiando de villano
principal, y dando un giro espectacular hacia el final de la historia.
La película: La última que valió la pena, al menos hasta 2010
Un cambio interesante en la dirección de la
adaptación cinematográfica hizo a mi compatriota, Alfonso Cuarón, ganador del Óscar al Mejor Director en 2014, convertirse en
el director de la tercera entrega de Harry Potter. Ya reconocido anteriormente,
Cuarón dio cambios interesantes en la decoración, vestuario y personificación.
Esta entrega contó también con el cambio del actor que interpreta al profesor
Dumbledore, dado que el anterior, Richard Harris, falleció en 2002, poco
después del estreno de la segunda cinta.
Ello llevó a que Michael Gambon asumiera el
puesto de director de Hogwarts, y, sin mayores cambios de elenco, aunque sí de
fotografía y de escenificación, se llevara una película a la altura de la
madurez demostrada en el tercer libro de Rowling.
Los efectos visuales fueron impresionantes, sobre todo en la escena final con los dementores, y ya no parecen más sacados de una consola de videojuegos, sino verdaderos efectos visuales, hechos magistralmente por la empresa Industrial Light and Magic (la misma que hizo lo propio para las películas de La Guerra de las Galaxias).
Los efectos visuales fueron impresionantes, sobre todo en la escena final con los dementores, y ya no parecen más sacados de una consola de videojuegos, sino verdaderos efectos visuales, hechos magistralmente por la empresa Industrial Light and Magic (la misma que hizo lo propio para las películas de La Guerra de las Galaxias).
En general, para mí, y no por haber sido
dirigida por un mexicano, la película es la mejor de la serie Harry Potter. En
menos tiempo (2 horas 21 minutos, en comparación con las 2 horas 40 minutos de
La Cámara de los Secretos y La Piedra Filosofal), logró adaptar casi a la
perfección la historia de Rowling, añadiendo elementos nuevos e interesantes,
una película visualmente mejor que sus predecesoras.
Mi valoración personal
Del libro:
9
9
De la película:
9
9
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